miércoles, 17 de febrero de 2010

Yo en 'La Isla del Doctor Moreau'

El horizonte nos desafiaba esa mañana. Después de un copioso desayuno allí me hallaba yo, fumando un cigarrillo frente al descampado cubierto por una escarcha helada. Si, el sol se asomaba sin competencia por el horizonte, pero la temperatura no acompañaba.

Guardamos el equipaje en nuestro medio de transporte, y tomamos la senda que llevaba al mercado indígena. Por el camino, observamos la fauna salvaje, o eso creíamos hasta que caímos en la cuenta de lo que flotaba en el río justo tras un bote autóctono, no era un pato sino una especie de macabro juguete flotador con forma de ave. Un mal augurio.

El puente, prácticamente intransitable debido al viento y los obstáculos en forma de una raza extraña de animales enfundados en mallas que iban corriendo de un lado a otro, y de otra menos habitual pero que se desplazaba sobre un curioso artilugio de madera al que se le habían clavado unas ruedas, nos esperaba paciente. Lo abordamos con ganas debido a que todavía estábamos frescos y descansados.

Allí estaba, frente a un templo local, el mercado. Cometimos el error de dividirnos. Mezclados con los indígenas corríamos el peligro de desaparecer y ese miedo iba creciendo según veíamos los artículos que se mostraban. Había de todo: discos de vinilo, libros de todo tipo, ropa vieja, cuberterías, cables, máscaras africanas, postales de los años treinta escritas y con matasellos, teléfonos viejos... Cualquier cosa que os podáis imaginar.

¡De repente aparecieron otra vez M & M desde la mismísima nada! lívidas, completamente pálidas, se acercaron y nos indicaron su descubrimiento. En un puesto, posiblemente de medicina tradicional autóctona, vendían fetos de animales en frascos de formol. Incluso una bola de pelo con sorpresa dentro... ¡algo terrorífico!

Decidimos escapar antes de terminar en uno de esos frascos y nos adentramos en la jungla de asfalto que se extendía por todos lados. Había posibilidad de conseguir fruta por allí, incluso algún local cerrado ofrecía especialidades de nuestra tierra, seguro que con intención de obtener algún beneficio.

Vimos más de una calle curiosa, varios edificios bonitos, pero no paramos hasta llegar a un oasis (por cierto, Mari1 seguía perdida desde el mercado, apareció y desapareció en un momento, Is1 fue a buscarla pero al final ella nos encontró sola siguiendo el rastro de las miguitas de pan que habíamos dejado). Allí estaba, la fuente de maná, el elixir de la juventud eterna, las galletas de lembas... todo junto no llegaban a acercarse a aquellos estupendos sabores. Nosotros, experimentados viajeros sucumbimos a las delicias de chocolate de aquella chabola que desprendía un aroma dulzón y empalagoso. Los llamados macaron, las figuras de chocolate, todo estaba bueno, y todos caímos en la tentación.

Ya nos tenían donde querían y decidimos dividirnos para poder huir, M & M escaparon directamente al medio de transporte por un atajo, hablaríamos en la siguiente ocasión si seguíamos con vida. El resto decidimos dar un rodeo por un camino más seguro. Alguno llegaría a su destino y contaría esta aventura.

Según avanzábamos veíamos que no podríamos llegar a nuestro medio de transporte sin abastecernos de víveres y descansar. El día había sido duro y largo, necesitábamos reponernos urgentemente. Dos puertas se mostraban ante nosotros. Una bonita y acogedora, con adornos curiosos y atrayentes platos expuestos. El otro más discreto, menos encantador. Caímos en la trampa como ignorantes exploradores novatos y nos adentramos en el restaurante.

La camarera nos cebó cual animalillos que ya están preparados para ir al matadero. Si, había mucha cantidad pero teníamos hambre y queríamos comer. Unos moluscos a la marinera con un buen plato de tubérculos fritos salados hicieron de nosotros una jauría sedienta de cualquier bebida. Nos sirvieron una especie de vino, en circunstancias normales no hubiésemos probado el líquido oscuro pero lo necesitábamos. Efectivamente, parecía vino pero no estaba bueno. Unas croquetas de ave de corral con un guiso de zanahorias y patatas... aquello era demasiado pero algo adictivo hacia que terminásemos el plato.

Cuando nos ofreció postre nos dimos cuenta de la jugada, ¡nos estaba cebando cual animales de corral! bizcocho de chocolate, crepe de chocolate y una especie de crema catalana con azúcar quemad por encima (pero que no era crema catalana sino algo muy rico y autóctono)... ¡teníamos que huir! miramos al rededor y ¡estábamos solos! era tarde y miedo nos daba que se nos echara la noche encima. Rezamos para que la puerta no estuviese atrancada desde fuera. Las dos personas que nos atendieron, nos miraban como a pollos desplumados mientras sonreían y nos invitaban a seguir comiendo. ¡Esto no puede seguir!

Huimos justo a tiempo. Cogimos el lado del rio y cruzamos por el mismo puente de la mañana. Llegamos al medio de transporte y esquivando a una horda de nativos en sus carros, tomamos la dirección correcta.

Desconocemos el destino de M&M, esperamos que estén bien, o en su defecto que no hayan sufrido. Conociéndolas puede que estén cruzando el Amazonas, escalando el Machu Pichu o en una aventura equivalente de la ribera navarra. Nosotros dejamos nuestro testimonio para no olvidar los horrores de aquel lugar y prevenir a futuros aventureros.

"Crónicas de un viaje a una tierra desconocida"
31 - 01 - 2010

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